(Punto Final Nº 709)
por Ricardo Candia Cares
Enfrentado al ejercicio de pensar por qué siempre pierden los mismos, se llega a la pregunta consecuencial de qué hacer para evitar tan recurrente destino para los desgraciados, malos de la cabeza que se les ocurre vivir de un sueldo y varias deudas.
Las esperanzas puestas en esta democracia fulera, como vía de superación de las desigualdades, se han venido esfumando no bien transcurre el tiempo. Las dieciséis elecciones que ha habido en los últimos veinte años, lo demuestran. Desde el demócrata en la medida de lo posible, hasta la etérea presidenta-reina hay un declive que en el caso de la gente común, se transforma en una desesperanza que la deja en la inacción
Desde la izquierda, la pregunta es qué se hace para dar vuelta la tortilla, o, por lo menos, chasconearla. Las hipótesis van desde la inclusión en las entrañas mismas del sistema y de ahí lograr avances graduales, hasta desordenar la inercia imperante por cuanto el sistema aborrece la tendencia al caos. Adscritos a la primera opción se encuentra el Partido Comunista, el que mediante un pacto con la Concertación, logró instalar a tres diputados en el parlamento, nadie sabe muy bien para qué.
Por la segunda vía, sólo se escucha un murmullo de gente pidiendo la palabra.
Se multiplican las voces que exigen una idea ordenadora que supere las rencillas, venganzas, miedos, malquerencias y desprecios que rondan en aquellos que tienen los méritos para ser de la partida. Y que no la impulsan nadie sabe por qué. Hasta ahora, las propuestas en ese sentido no han alcanzado a superar el umbral de los largos diagnósticos. Pero propuestas de verdad, que no sean tímidos remedos de reformas, no se conocen.
¿Cómo hacer para que ideas distintas se nos metan en la sangre, nos llenen de pasión, encumbren una mística que nos haga capaz de todo, que supere la estupefacción, la abulia, la desorientación? Sin ir más lejos, todo aquello que permitió la gesta épica que logró enfrentar y derrotar a la dictadura.
Una primera medida sería deshacerse de esos autodenominados dirigentes de los trabajadores a cargo de la CUT y elegir otros mediante el voto universal de los trabajadores. Hasta ahora, eso no es posible en la CUT. Los dirigentes de la Central se perpetúan mediante un sistema peor que el binominal. Resulta de un patetismo mayúsculo que estos dirigentes eternos por la gracia de dios, recién se den cuenta, que el salario mínimo es un chiste, que las autoridades no escuchan y que las leyes laborales son contrarias a los intereses de los tontos que viven de un sueldo. Lo que cualquiera sabe desde hace mucho.
La bravata vergonzosa de amenazar con miles de trabajadores en la calle para el 1 de mayo, al final se redujo a una fracción que no asusta a nadie. Peor aún, dando muestra de una impresionante desconocimiento de la realidad, los invitados especiales de la dirigencia de la CUT, altos ex funcionarios de los gobiernos concertacionistas, diputados y senadores de esa coalición, se hacen presente en la escuálida marcha lo que les significa un rechazo de espanto. Y, obvio, como buenos prepotentes sin conexión al mundo real, acusan a los violentistas de siempre por ese rechazo generalizado.
Los perdedores, los pobres que viven de un sueldo, al margen de los frutos de la riqueza que produce el país, aislados en guetos suburbanos, con la mala prensa que les producen esos safaris humanos que muestra la televisión, sospechosos de todo, alimentadores de privilegio de las cárceles, seguirán su derrotero de loosers mientras no se proponga la idea de un país distinto. Con gente distinta a la cabeza.
Es necesario un sueño de país que encante a muchos y los mueva en una dirección que reemplace la idea de avanzar dentro de los esquemas del sistema a razón de un paso cada veinte años. Una idea de Chile distinta a la que construyó la Concertación y sus socios. Un país en que los ladrones estén huyendo o en la cárcel, pero no a cargo del gobierno. En que se hagan leyes sin trampas y buses para humanos no para animales. En que la educación pública sea la mejor que exista y ser profesor sea un honor. Que las mujeres tengan a sus hijos en camas limpias y cariñosas. Y que sea pecado el abusar de la pobreza, como de la ignorancia. Que el cogotero de la calle pague del mismo modo que el dueño del retail y el de la Isapre: con cárcel. Y que la ganancia legítima del que lucra tenga el límite de la ética y lo honesto. Y que haya solidaridad más que limosna.
La izquierda ha agotado decenios preguntándose qué hacer. Si algo queda claro, es que lo obrado en veinte largos años, no ha servido para nada que no sea mantener el acomodo de algunos y aumentar el de otros pocos. Organizarse al modo de las personas libres, dispuestas a tomar decisiones por su propia cabeza y a caminar por sus propios pies, es lo que se necesita. Ideas nuevas, a salvo de estatutos, leyes y reglamentos que cuidan el bien vestir y el pelo engominado y de los frescos de siempre.
Según Roque Dalton lo ofendidos, por años silenciosos, tienen también su turno. Sería cosa de atreverse.
por Ricardo Candia Cares
Enfrentado al ejercicio de pensar por qué siempre pierden los mismos, se llega a la pregunta consecuencial de qué hacer para evitar tan recurrente destino para los desgraciados, malos de la cabeza que se les ocurre vivir de un sueldo y varias deudas.
Las esperanzas puestas en esta democracia fulera, como vía de superación de las desigualdades, se han venido esfumando no bien transcurre el tiempo. Las dieciséis elecciones que ha habido en los últimos veinte años, lo demuestran. Desde el demócrata en la medida de lo posible, hasta la etérea presidenta-reina hay un declive que en el caso de la gente común, se transforma en una desesperanza que la deja en la inacción
Desde la izquierda, la pregunta es qué se hace para dar vuelta la tortilla, o, por lo menos, chasconearla. Las hipótesis van desde la inclusión en las entrañas mismas del sistema y de ahí lograr avances graduales, hasta desordenar la inercia imperante por cuanto el sistema aborrece la tendencia al caos. Adscritos a la primera opción se encuentra el Partido Comunista, el que mediante un pacto con la Concertación, logró instalar a tres diputados en el parlamento, nadie sabe muy bien para qué.
Por la segunda vía, sólo se escucha un murmullo de gente pidiendo la palabra.
Se multiplican las voces que exigen una idea ordenadora que supere las rencillas, venganzas, miedos, malquerencias y desprecios que rondan en aquellos que tienen los méritos para ser de la partida. Y que no la impulsan nadie sabe por qué. Hasta ahora, las propuestas en ese sentido no han alcanzado a superar el umbral de los largos diagnósticos. Pero propuestas de verdad, que no sean tímidos remedos de reformas, no se conocen.
¿Cómo hacer para que ideas distintas se nos metan en la sangre, nos llenen de pasión, encumbren una mística que nos haga capaz de todo, que supere la estupefacción, la abulia, la desorientación? Sin ir más lejos, todo aquello que permitió la gesta épica que logró enfrentar y derrotar a la dictadura.
Una primera medida sería deshacerse de esos autodenominados dirigentes de los trabajadores a cargo de la CUT y elegir otros mediante el voto universal de los trabajadores. Hasta ahora, eso no es posible en la CUT. Los dirigentes de la Central se perpetúan mediante un sistema peor que el binominal. Resulta de un patetismo mayúsculo que estos dirigentes eternos por la gracia de dios, recién se den cuenta, que el salario mínimo es un chiste, que las autoridades no escuchan y que las leyes laborales son contrarias a los intereses de los tontos que viven de un sueldo. Lo que cualquiera sabe desde hace mucho.
La bravata vergonzosa de amenazar con miles de trabajadores en la calle para el 1 de mayo, al final se redujo a una fracción que no asusta a nadie. Peor aún, dando muestra de una impresionante desconocimiento de la realidad, los invitados especiales de la dirigencia de la CUT, altos ex funcionarios de los gobiernos concertacionistas, diputados y senadores de esa coalición, se hacen presente en la escuálida marcha lo que les significa un rechazo de espanto. Y, obvio, como buenos prepotentes sin conexión al mundo real, acusan a los violentistas de siempre por ese rechazo generalizado.
Los perdedores, los pobres que viven de un sueldo, al margen de los frutos de la riqueza que produce el país, aislados en guetos suburbanos, con la mala prensa que les producen esos safaris humanos que muestra la televisión, sospechosos de todo, alimentadores de privilegio de las cárceles, seguirán su derrotero de loosers mientras no se proponga la idea de un país distinto. Con gente distinta a la cabeza.
Es necesario un sueño de país que encante a muchos y los mueva en una dirección que reemplace la idea de avanzar dentro de los esquemas del sistema a razón de un paso cada veinte años. Una idea de Chile distinta a la que construyó la Concertación y sus socios. Un país en que los ladrones estén huyendo o en la cárcel, pero no a cargo del gobierno. En que se hagan leyes sin trampas y buses para humanos no para animales. En que la educación pública sea la mejor que exista y ser profesor sea un honor. Que las mujeres tengan a sus hijos en camas limpias y cariñosas. Y que sea pecado el abusar de la pobreza, como de la ignorancia. Que el cogotero de la calle pague del mismo modo que el dueño del retail y el de la Isapre: con cárcel. Y que la ganancia legítima del que lucra tenga el límite de la ética y lo honesto. Y que haya solidaridad más que limosna.
La izquierda ha agotado decenios preguntándose qué hacer. Si algo queda claro, es que lo obrado en veinte largos años, no ha servido para nada que no sea mantener el acomodo de algunos y aumentar el de otros pocos. Organizarse al modo de las personas libres, dispuestas a tomar decisiones por su propia cabeza y a caminar por sus propios pies, es lo que se necesita. Ideas nuevas, a salvo de estatutos, leyes y reglamentos que cuidan el bien vestir y el pelo engominado y de los frescos de siempre.
Según Roque Dalton lo ofendidos, por años silenciosos, tienen también su turno. Sería cosa de atreverse.